Cuentos para niños | Dios y la taparita

Árbol de Tapara


Dios paseaba por el campo. Hablaba con los pájaros que se posaban sobre su hombro. Admiraba los colores nuevos de las flores de estación. Su túnica túnica se enredaba en los arbustos, mientras buscaba algo.

¿Qué buscaba?
No muy lejos, entre el ramaje y las hojas de los frondosos árboles, había un alboroto.
Hablaban. Dios se fue acercando...
- Yo soy el rey- dijo el Caobo - Mi madera sirve para hacer muebles y construir casas.

- Mi fruto alimenta y a la gente le gusta - confesó el aguacate.

El mamey redondo y anaranjado gritó:

- Yo sirvo para hacer dulces y juegos. A todos les encanta.

- Yo soy el mejor- replicó el maíz-. De mí hacen la arepa de cada día.

Con sus hojas caídas, la mata de tapara no hallaba qué decir. El naranjo la observaba, alargó sus ramas y le hincó las espinas.

- ¡Ayyyyy... Ayyyyy! ¿Por qué me hincas?
- Tú no sirves para nada, tienes un fruto muy duro y no se puede comer.

 La tapara quería esconderse. Le temía a aquellas espinas de su vecino.
 En ese momento apareció el viento y le acarició las ramas, susurrándole muy bajo:

 - Ánimo, taparita, endereza tus ramas y hojas, Dios se acerca y debes lucir bonita. El escogerá el mejor fruto para la misa que se celebrará en el campo.

Dios llegó y... Tocó el aguacate, observó la naranja, el caobo... Lo mismo hizo con el maíz y el mamey.

Contempló la tapara. Era lustrosa y fuerte, la tomó de entre sus ramas y se la llevó.

Los demás árboles formaron una gritería: Señor... Señor... No sé la lleve, ella no sirve. No se puede comer. Bótela, no sirve...

Son embargo, Dios les contestó:

- Ella es la mejor para la musa.

Y en la hermosa mañana del domingo, cuando el Sol elevó la taparita labrada en fina copa. Era el Cáliz y bendecía a los apóstoles.

Los árboles, asombrados, la veían en aquellas manos sagradas de Dios, bella cual ninguna en la mañana Santa.

- ¡Oh, oh! Dios tenía razón - decían los árboles maravillados.

Autora: Gladys Revilla



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